Cuando la palabra se desprecia, se deprecia

Detallar por escrito hasta el número de cargos, notarías y magistraturas por repartirse revela que en esa coalición privan la desconfianza, el engaño y la nimiedad de miras.

Una coalición política “es el arte de llevar el zapato derecho en el pie izquierdo sin que salgan callos” (Guy Mollet)…, y si las agujetas del zapato van mal amarradas, se puede uno hasta tropezar.

Tal parece que a la coalición PRI-PAN-PRD que ganó la gubernatura de Coahuila el año pasado le salió el callo del incumplimiento y se tropezó con las agujetas de la ingenuidad.

Lo más sorprendente no fue el hecho de dejar por escrito y firmado un acuerdo de coalición (es correcto hacerlo), sino el contenido del mismo.

Quienes hemos leído los pactos, proclamas y acuerdos de coalición realizados en la historia del país y en otras naciones, con sendas transiciones democráticas, pudimos constatar que tales documentos contienen verdaderos programas de gobierno y compromisos de políticas públicas que los coaligados deberán cumplir una vez que obtienen el poder público.

Son verdaderas cartas de navegación que nos dicen por qué, para qué, cuándo, cuánto y hasta con quiénes se habrán de cumplir esos compromisos pactados. Por ejemplo, cómo atender los problemas de violencia, corrupción, desempleo, salud pública, educación, agua, justicia y todos los demás que son de interés general para la población.

Nada de eso se firmó para el caso de Coahuila, y es de inferirse que tampoco para los otros estados donde PRI, PAN y PRD han participado en coalición, sino que vimos un vulgar, obsceno y ambicioso reparto del botín gubernamental. Coaligarse para repartirse notarías, oficinas de recaudación de rentas, magistraturas y cargos burocráticos (solo faltaron los cruceros de tránsito más atractivos) es denigrar una novel forma de gobierno —el semiparlamentarismo o el gobierno de gabinete— que apenas hace pocos años obtuvo carta de reconocimiento en nuestra Constitución.

Sin embargo, esta vulgarización y tropicalización de la figura de coalición probablemente refleje un mal mayor: la pérdida del valor —o el desprecio— de la palabra en la política mexicana.

Desde Aristóteles hasta Kant, pasando por el mismo Maquiavelo, la política es un arte, un oficio y una ciencia cuyo valor superior por cultivar es la confianza, y cuyo principal vehículo es la palabra. Y en política, cuando la palabra se desprecia, se deprecia.

No creo que el pacto de Coahuila deba enjuiciarse bajo el apotegma de Gonzalo N. Santos (“En política, solo los pen… dejan por escrito las pillerías que van a hacer”), sino por la condición humana que describió Nietzsche en Sobre la verdad y la mentira en sentido extramoral, donde plantea que las personas tenemos una innata inclinación al engaño, lo que genera desconfianza en las relaciones humanas y, para superarla, debemos ganarnos la confianza de los otros a partir de un acto muy sencillo: cumplir la palabra empeñada. Ese cumplimiento reiterado vuelve innecesario firmar cualquier documento. Por eso, en política, lo importante no es prometer, sino comprometerse.

Detallar por escrito hasta el número de cargos, notarías y magistraturas por repartirse revela que en esa coalición privan la desconfianza, el engaño y la nimiedad de miras, y esas sociedades políticas generalmente terminan mal. No es el tipo de coalición que necesitan Coahuila, México ni ninguna democracia.

 

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