El Senado, escuela de la democracia

En tiempos de polarización o politización extrema, las y los integrantes de la actual legislatura siempre supieron construir el punto de equilibrio o de reconciliación entre los extremos.

Ahora que he solicitado licencia al Senado y renunciado al cargo de presidente de la Junta de Coordinación Política, para así poder participar en el proceso interno de MORENA con el que se seleccionará al coordinador o la coordinadora nacional de Defensa de la Transformación, deseo dejar constancia en este espacio editorial de la experiencia política que significaron casi cinco años de trabajo legislativo.

El balance cuantitativo nos reporta la presentación, discusión y aprobación de 1039 iniciativas de ley. El balance cualitativo nos revela que 844 de ellas fueron aprobadas por unanimidad: el 81 por ciento.

Esto nos confirma que el actual Senado, además de órgano plural y deliberativo con no pocos eventos de estridencia y debates álgidos, es ante todo una cámara que sabe procesar acuerdos, que no paraliza el desarrollo del Gobierno y que sabe actuar en forma responsable.

Esta dinámica se generó y se sostuvo por voluntad de todos los grupos parlamentarios. Incluso cuando se trataron las iniciativas marcadas por los mayores desacuerdos y los instantes más complicados, las fracciones representadas no renunciaron al esfuerzo continuo para mantener el diálogo necesario.

Así, en todo momento se preservó la colaboración durante los procesos de gran tensión relacionados, por mencionar algunos ejemplos, con la reforma de subcontratación —la llamada ley del outsourcing—, la iniciativa de revocación de mandato y la reforma relativa a la Guardia Nacional.

Esto merece atención, análisis y reflexión, no para recibir comentarios positivos, sino porque es un logro que muestra algo distinto de la política mexicana en tiempos de polarización y división social. Quisiera que las y los lectores tuvieran este conocimiento, para que se sepa que una nueva forma de hacer política en México, basada en reconocimiento, diversidad y colaboración, no es una fantasía, es una oportunidad real.

Con frecuencia se acordaba no aceptar una iniciativa cuando en su revisión el Senado identificaba una inconstitucionalidad, tomando en cuenta que ésa es una de las funciones principales de este órgano legislativo. Como constitucionalista por formación, a mí también me parecía central este ejercicio de revisión. Sin embargo, en política —aquí, al igual que en cualquier otro país— la interpretación de la ley estira constantemente el proceso legislativo para poder llevar a cabo los proyectos del Gobierno, y dejar su huella en la sociedad, en la vida de la ciudadanía y en la memoria del electorado.

Esta revisión y negociación forma parte de la esencia de hacer política. Sin embargo, el reto siempre fue encontrar el punto de equilibrio para asegurar que el esfuerzo para transformar del Ejecutivo no terminara en un ejercicio de distorsión o parálisis de la función legislativa. Se pierde ese equilibrio cuando al estirar la interpretación de la ley prevalece el fervor de cumplir con visiones ideológicas o instrucciones externas al recinto senatorial. Finalmente, la división de poderes es un ejercicio humano para encontrar la cuadratura al círculo y no un freno irracional al ejercicio de gobierno.

En tiempos de polarización o politización extrema, las y los integrantes de la actual legislatura siempre supieron construir el punto de equilibrio o de reconciliación entre los extremos, generando lo que se llama “interés nacional”. Y gracias a todas y todos mis compañeros senadores, la Cámara Alta es un auténtico motivo de orgullo para la nación.

 

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