Keynes en Palacio

Si Keynes viviera, avalaría la política económica de la 4T, y tal vez solo advertiría tener cuidado con algunas variables.

El gasto público como principal instrumento anticíclico y como punta de lanza para abrir nuevos sectores en la economía es la principal tesis del keynesianismo como doctrina de política económica.

El nombre se debe al economista John Maynard Keynes, quien en su obra Teoría general del empleo, el interés y el dinero propuso un esquema exitoso de reactivación de la economía estadounidense para salir de la Gran Depresión de 1929.

El keynesianismo dominó en varios países de América y Europa hasta 1970, de manera especial en los de orientación socialdemócrata y promotores del Estado de bienestar, hasta que irrumpió en escena el neoliberalismo de la Escuela de Chicago e invirtió los términos de la relación entre factores económicos y agentes políticos.

¿Qué propone el keynesianismo? Que el crecimiento económico dependa de estimular la demanda en el mercado interno mediante el gasto público en infraestructura, el incremento en los salarios de los trabajadores y la ampliación del ahorro y la inversión privados.

La rectoría del Estado se convirtió de esta manera en el factor principal de la política económica, no apropiándose ni desplazando a las empresas privadas, sino orientando la decisión de particulares hacia las prioridades de inversión definidas por el Estado. El empuje de la masa salarial y de la inversión pública y privada se convertirían en un catalizador de la demanda y, por esta vía, se llegaría al “pleno empleo”.

Tal es la política económica que parece estar siguiendo la 4T desde 2018, pero que aceleró después de la pandemia, y ello explicaría los buenos números que en materia económica está reportando el Gobierno de México en materia de empleo, inversión, inflación, tipo de cambio y reducción de la pobreza.

En este sentido, la pandemia sí quedó como “anillo al dedo”, porque la recesión que produjo el cierre masivo del comercio, los servicios y la manufactura permitió al gasto público federal convertirse en el detonador económico postpandemia.

El incremento salarial consecutivo en cinco años (favoreciendo a millones de trabajadoras y trabajadores, mayormente a las primeras, que se encuentran en los deciles de ingresos bajos), la recepción crecientemente sostenida de remesas (275 mmdd en cinco años) y los programas sociales del Gobierno federal (2.6 billones de pesos en cinco años) han incidido directamente en el crecimiento de la “demanda agregada”, lo cual atrajo a la inversión privada, sacó de la pobreza a 8.9 millones de compatriotas y disminuyó la tasa de desempleo como no se veía en décadas.

Las obras de infraestructura emblemáticas (Tren Maya, Dos Bocas y Corredor Interoceánico), concentradas en el sureste, dieron un giro de 180 grados al crecimiento de esta región a la que durante años el neoliberalismo limitó a ser proveedora de recursos naturales para el centro y el norte del país, condenándola a la emigración, a la depredación ecológica y al subdesarrollo dentro del subdesarrollo. Cinco años después, el sureste reporta hoy más crecimiento económico (5.2) que el resto del país.

Si Keynes viviera, avalaría la política económica de la 4T, y tal vez solo advertiría tener cuidado con las siguientes variables: la sostenibilidad fiscal de los programas sociales; la operación no deficitaria de las obras emblemáticas, y el financiamiento fiscal sano del inminente segundo piso de la Cuarta Transformación, para evitar que regresen los neoliberales a robarse lo poco que nos dejaron.

 

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