La hora de la ONU

La ONU debe estar atendiendo y desactivando desde ya ese barril de pólvora que se prendió el pasado 7 de octubre.

De los once países y zonas del mundo actualmente en conflicto bélico y que generan mayor atención (Ucrania-Rusia, Armenia-Azerbaiyán, Irán, Yemen, Etiopía, República del Congo-Grandes Lagos, el Sahel, Haití, Pakistán y Taiwán), el de Hamás-Israel es sin duda el más importante de atender, por su peso específico en la geopolítica de Oriente Medio, en el realineamiento de las potencias a escala global y por el alto riesgo de una conflagración mundial de consecuencias apocalípticas.

Esto requiere de una pronta y bien planificada intervención de la ONU, antes de que la milenaria ley del talión prevalezca sobre la distensión y la paz en el mundo. La ONU tiene el mandato, la experiencia y la autoridad suficientes (incluido su ejército de paz), para evitar el escalamiento en esta región, donde sobran el odio y las ojivas nucleares.

En lo que esto sucede, nuestro país debe reafirmar y consolidar su postura pacifista frente al nuevo conflicto. Puede realizar cuatro acciones en lo inmediato: 1) condenar el terrorismo en cualquiera de sus manifestaciones, por la afectación a la población civil indefensa; 2) en apego al artículo 89 constitucional, no tomar partido a favor o en contra de las partes en conflicto y, en cambio, participar activamente en la solución pacífica de la controversia; 3) evacuar en lo inmediato a cada una y uno de nuestros compatriotas que soliciten salir de la zona del conflicto, y 4) aceptar a la población israelí y palestina que solicite asilo en nuestro país, conforme a los protocolos internacionales de asistencia y ayuda humanitaria, pero con excepción de los casos que no se apeguen a nuestros lineamientos de seguridad nacional.

La intervención de la ONU debe ser oportuna, eficiente y rápida. Una incursión militar israelí en Gaza contra los integrantes de Hamás provocaría la actuación inmediata de Irán en la región, ya sea directamente o a través de la organización Hezbolá, asentada en Líbano. Este involucramiento, a su vez, detonaría la participación de la Yihad Islámica y de Isis, asentada aún en Jordania.

Pero no son las únicas organizaciones terroristas islámicas que han estado activas en la última década y que no se han extinguido del todo. Un repaso al abanico de estas expresiones en el mundo árabe nos dará una idea más clara de la diáspora del terror que podría encadenarse: Al Qaeda, el movimiento talibán, Boko Haram, Al-Nusra, Abu Sayyaf, Al-Badr, Hermanos Musulmanes, Lashkar-e-Tayyiba, Ansaru, Yemaa Islamiya, Brigadas Abdallah Azzam y Nassr Al Din Al Khazzam, entre otras.

En términos de geopolítica de Oriente Medio, Estados Unidos era la potencia con mayor presencia en la región, con capacidad para sentar a dialogar y firmar acuerdos de paz al mayor número de países árabes, incluida a la Autoridad Palestina. Pero, desde que el expresidente Donald Trump, en su último año de gobierno, declaró oficialmente a Jerusalén como la capital de Israel y trasladó su embajada de Tel Aviv a la Ciudad Santa, los palestinos perdieron confianza en Washington como instancia mediadora y concertadora de acuerdos.

En este sentido, cualquier intervención de EUA ya no contaría con el consenso árabe de hace unos años, y obligaría de inmediato a los países propalestinos de Oriente Medio a solicitar la intervención de Rusia y China.

Por eso es que la ONU debe estar atendiendo y desactivando desde ya ese barril de pólvora que se prendió el pasado 7 de octubre.

 

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