Lula da Silva regresa a la Presidencia de Brasil

Con el 50.9 por ciento de los votos, Luiz Inácio Lula da Silva regresa a la Presidencia de Brasil para ejercer un tercer mandato y luego de vencer al actual mandatario Jair Bolsonaro, quien buscaba la reelección y que logró el 49.1 por ciento en la segunda vuelta, celebrada el pasado 30 de octubre. Una contienda y un resultado altamente reñidos en lo político y marcados por una profunda polarización entre la ciudadanía fueron los principales elementos que caracterizaron esta lucha electoral, cuya incógnita era si se mantendría en el poder a la ultraderecha o se viraría de nuevo a la izquierda. 

 

 

En un país donde el voto es obligatorio, acudieron a las urnas casi el 80 por ciento de los más de 150 millones de ciudadanas y ciudadanos brasileños convocados. Lula recibió 60 millones de votos y, aunque triunfó por un estrecho margen, esta cantidad ha sido considerada como la mayor que ha obtenido un candidato en la historia electoral de ese país. En 2002, cuando fue elegido presidente por primera vez, el porcentaje que obtuvo fue de poco más del 61 por ciento (52.7 millones de votos) y en 2006 fue reelegido con casi el 60.8 por ciento (58.3 millones de votos). 

Tras dos décadas de la crucial y primera victoria de Lula, Brasil optó por regresar a la izquierda. Durante los dos mandatos que el líder del Partido de los Trabajadores (PT) ostentó el poder, el país experimentó crecimiento económico y social, al tiempo que se posicionó como una potencia emergente. Hoy, muchas personas que votaron por él añoran y tienen la esperanza de revivir el bienestar de aquella gestión. 

Además de que los contextos interno y externo son distintos de los del año 2003, la administración Bolsonaro y su gestión en diversos aspectos que van más allá de lo político, como economía, salud, seguridad, cuestiones sociales, medio ambiente, poderío militar y quebrantamiento de los límites institucionales, son parte de un difícil legado que el gobierno de Lula enfrentará. A esto se suma la profunda división social y política, así como el fantasma de la corrupción que existió durante el petismo. Aun así, a pesar de que los desafíos son significativos, existen altas expectativas de que Lula restaure el crecimiento que el país experimentó en el pasado. 

Un repaso por los gobiernos de Lula 

 De 2003 a 2010 Lula gobernó Brasil durante dos períodos consecutivos. A su llegada, recibió un país ordenado, aunque desigual. A nivel externo, el mundo vivía una etapa de altos precios para las materias primas. El reto estaba en satisfacer las urgentes necesidades de distribución de la renta e inclusión social sin renunciar a la disciplina en el gasto público y al control de la inflación. Al término de su gestión, el balance fue positivo: el país se encontraba en pleno crecimiento económico, acompañado de estabilidad financiera más un avance histórico en el terreno social, con más de 30 millones de personas rescatadas de la pobreza y sumadas a la clase media trabajadora que contaba con medios para consumir gracias a los programas gubernamentales Hambre Cero, Bolsa Familia y Mi Casa Mi Vida.

A nivel regional, Lula afianzó el liderazgo sur/latinoamericano del país en pro de la integración regional. Entre equilibrios y matices, condujo unas relaciones ambivalentes con Estados Unidos y Venezuela, donde hubo desencuentros con el primero y coincidencias con el segundo. El mejor ejemplo está en la apuesta que hizo por el MERCOSUR en contraposición al ALCA. También estuvo presente en el ALBA, mientras se ponía de acuerdo con Estados Unidos en materia de biocombustibles. Igualmente, mantuvo estrechas y cercanas relaciones con Argentina, Perú y Cuba.

 

 

El pragmatismo y la iniciativa de Lula en los ámbitos interno y regional estuvieron acompañados de una destacada proyección internacional, al luchar principalmente por un multilateralismo más abierto, así como por un diálogo franco y sin confrontación geopolítica con el Norte. En la búsqueda de ser un actor relevante en la escena global, Brasil llamó a reformar la membresía permanente del Consejo de Seguridad de la ONU; mantuvo estrechas consultas con los líderes de un G8 en declive, y fue uno de los fundadores del G20 resurgido, tras la Gran Recesión de 2008. Asimismo, lanzó una cruzada mundial contra el hambre y continuó en diálogo cercano con la Unión Europea. Como líder de un sur emergente, concretó alianzas con los otros integrantes de los foros IBSA——India y Sudáfrica, más Brasil— y BRIC —Rusia, India y China, más Brasil— (desde 2011 BRICS, cuando Sudáfrica se unió al mecanismo). 

Como se mencionó, la administración Lula posicionó a Brasil como una potencia emergente. Asimismo, llegó a ser considerado un modelo en materia de políticas ambientales, ya que redujo significativamente la deforestación del Amazonas, según el Instituto Nacional de Investigaciones Espaciales (INPE), y se adhirió al Acuerdo de París con el compromiso de reducir las emisiones de carbono en un 37 por ciento para 2025. Para 2011, pasó a ser la sexta economía más grande del mundo, en parte por la caída de los países más ricos en el contexto de la Gran Recesión. 

Por otro lado, a pesar del escándalo de corrupción, el Mensalão o “gran mesada”, que en 2005 gravemente diezmó al petismo y a varios de sus integrantes, Lula resistió las presiones de la izquierda y recobró los más altos índices de popularidad.vi No obstante, en julio de 2017, fue condenado a prisión por su presunta participación en casos de corrupción en el marco de la Operación Lava Jato. Y aunque la sentencia era mayor, en 2021 el Tribunal Federal brasileño anuló la condena, por vulnerar las garantías al debido proceso. Tras 19 meses en la cárcel, el líder obtuvo su libertad, lo que le permitió postularse para un nuevo mandato presidencial. 

Desafíos y oportunidades 

En los últimos años, millones de habitantes de Brasil regresaron a la pobreza (el 15 por ciento de la población: 33.1 millones), a la miseria (3.9 millones) y a la inseguridad alimentaria (60 millones), situación agravada por la pandemia de COVID-19 que provocó alrededor de 685 mil muertes.

En un balance, el presidente Bolsonaro entrega un país con déficit fiscal, una mayor deuda (casi el 78 por ciento del PIB), una tasa de desempleo de alrededor del 9 por ciento, desigualdad, crecimiento del mercado informal (un 39.8 por ciento de la población económicamente activa), un país más armado (se calcula que en manos de civiles hay más de 4 millones de armas), deforestación histórica en la selva amazónica (la destrucción aumentó un 73 por ciento en 2021 y empeoró en 2022) y disminución en las tasas de alfabetización y asistencia escolar.

Lula asume su tercera gestión en medio de grandes expectativas de cambio. Será un gran reto mantener el respaldo que logró en las urnas. Al celebrar su victoria, señaló que gobernará para los 215 millones de habitantes del Brasil, no sólo para quienes votaron por él.

“No hay dos Brasiles. Somos un país, un pueblo, una gran nación”, indicó.

 

 

En el nordeste, región natal de Lula y la más pobre del país, la gran mayoría que volvió a optar por el líder de la izquierda espera un regreso a la prosperidad. El voto evangélico que viró a la izquierda y cuyo 65 por ciento apostó en primera vuelta por Bolsonaro, así como los ambientalistas, son grupos que aguardan por las nuevas políticas. Lula ha señalado que buscará frenar la deforestación y llamó a una nueva gobernanza mundial para abordar el cambio climático. Algunos más estarán atentos a posibles modificaciones a la Ley de Reforma Laboral de 2017, que supeditó los derechos y beneficios de la clase trabajadora a la negociación con quienes les dan empleo, y otros aguardan la reforma tributaria propuesta por Lula para que las personas de bajos ingresos paguen menos impuestos.

En materia política, Lula amplió su base electoral con alianzas entre las fuerzas de la izquierda y la derecha, como en sus dos anteriores triunfos. La construcción de acuerdos incluye a varios políticos de centro y centroderecha, incluidos opositores históricos del Partido Socialdemócrata (PSDB). Entre ellos se encuentra el vicepresidente Geraldo Alckmin, exgobernador de São Paulo. Así como el apoyo de Simone Tebet y Ciro Gomes, excandidatos presidenciales; del expresidente Fernando Henrique Cardoso, también rival político en el pasado; la recuperación de su exministra de Medio Ambiente, Marina Silva, y de varios economistas, como Arminio Fraga, expresidente del Banco Central.

Por otro lado, Lula regresa al poder sin mayoría en el Congreso, que además será conservador, con una ultraderecha más fuerte y que logró la mayor bancada. En las últimas elecciones, el Partido Liberal (PL) de Bolsonaro aumentó sus representantes en la Cámara de Diputados de 76 a 99, y en el Senado los duplicó, de 7 a 14. El PT de Lula también incrementó sus asientos de 56 a 68 y de 7 a 8 senadores.

São Paulo y Río de Janeiro también serán desafíos importantes. En el primero, el estado más rico y poblado del país, la gubernatura fue ganada por el bolsonarista Tarcísio Gomes de Freitas. En la cuna política del bolsonarismo, Río de Janeiro, el escenario muestra un deterioro del tejido económico y social, junto a un auge de la violencia derivado de la presencia de las milicias.

El triunfo de Lula para América Latina y el mundo 

En política exterior, Lula también tendrá una gran tarea: revertir el aislamiento en el que se ha sumido Brasil. El líder del PT ya se ha propuesto reinsertar a su país en el mundo, y el viraje a la izquierda en América Latina se suma como una oportunidad propicia. 

Por lo pronto, se espera que Brasil revise las relaciones con Argentina y con Venezuela, así como con sus dos principales socios comerciales, China y Estados Unidos; también que examine la situación en el MERCOSUR, decida si concluye con la Unión Europea el tratado de libre comercio y emita su posición sobre la guerra en Ucrania. 

 

 

El mapa político latinoamericano se modificó por algunos años con la llegada de gobiernos de derecha, como ocurrió en México, Argentina y Brasil. Hoy, esa nación sudamericana se une a la nueva ola de triunfos políticos de izquierda en varios países de la región, entre ellos, el de Alberto Fernández en Argentina, Pedro Castillo en Perú, Luis Arce en Bolivia, Xiomara Castro en Honduras, Gabriel Boric en Chile, Gustavo Petro en Colombia y, sin duda, la presidencia de Andrés Manuel López Obrador en México. 

Como un hecho inédito e histórico, hoy las principales economías latinoamericanas están lideradas por la izquierda. Este panorama, sin precedentes, podría traer buenos tiempos y nuevos aires para América Latina, para su historia, para su integración, para el desarrollo de cada país, como ya lo ha considerado el presidente argentino. Mientras, el líder colombiano ha señalado en varias ocasiones que pretende liderar un eje progresista en la región, junto a Lula y a Boric.

La transición ya comenzó, y aun cuando el gabinete está por definirse y los desafíos son significativos, las oportunidades son amplias. El diálogo, el consenso y las alianzas son claves para aprovechar las perspectivas tanto en lo político como en lo económico y lo social, al igual que lo fueron durante la contienda electoral. Para este nuevo comienzo, las bases se asoman sólidas para los planes al interior y al exterior. Desde el Senado de la República en México continuamos pendientes de este importante proceso que traerá nuevos rumbos para Brasil y seguramente para toda la región de América Latina y el Caribe. 

ricardomonreala@yahoo.com.mx 

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