El refrendo de la 4T

El cobro de impuestos a los que más ganan, sean personas o empresas, era un tema tabú, desde la Independencia misma.

A estas alturas del sexenio, el dólar estaría a 35 pesos: está a la mitad. Habría hiperinflación a tres dígitos: se encuentra al 4 % promedio quinquenal. El desempleo sería del doble de cuando inició el gobierno: está en su nivel más bajo en las últimas dos décadas.

Estados Unidos habría cerrado sus fronteras a las y los mexicanos, por la emigración fuera de control: el Gobierno de ese país ha expedido el mayor número de visas laborales a nuestras y nuestros connacionales desde el programa Bracero. La inversión extranjera directa se habría casi extinguido: está en el nivel anual más alto en toda nuestra historia económica.

Para ser un “populista irredento”, el presidente AMLO ha dado mejores resultados económicos que cualquiera de los Gobiernos tecnocráticos y populistas juntos, desde el de Luis Echeverría hasta el de Enrique Peña Nieto, pasando por los encabezados por los panistas Vicente Fox y Felipe Calderón…, a pesar de los dos años de crecimiento negativo por la pandemia.

Pero los indicadores con los que la gente evalúa a esta presidencia no son económicos ni técnicos. Son sociales y humanos. Lo social es la “marca de agua” de este Gobierno. El incremento histórico de los salarios mínimos, que no se veía en dos generaciones de trabajadores, reactivó el consumo del mercado interno, beneficiando de manera especial a las obreras y trabajadoras (que eran el grueso de quienes ganaban el mínimo).

Además, 18 programas sociales mantienen anclado al gobierno del presidente López Obrador en todo el territorio nacional: en la tierra, en la casa, en la mesa y en el bolsillo de 7 de cada 10 mexicanas y mexicanos. En el 70 % de los 34 millones de hogares existentes en el país, hay por lo menos una persona beneficiaria.

Los programas sociales representarán el próximo año fiscal cerca del 10 % del Presupuesto de Egresos de toda la Federación. No hay ninguna corporación privada o pública en el país que inyecte tantos recursos al mercado interno y de manera directa a la población. Solo las remesas de migrantes y la masa salarial superan esta fuente de recursos económicos para la gente.

“¡Regalar dinero no es desarrollo!”, exclaman los tecnócratas. “El presupuesto es del pueblo, no de las élites”, responde la 4T. “¡Eso es tirar el dinero!”, cuestionan los conservadores. “Invertir en la gente es humanismo”, les recuerda el presidente.

Sin embargo, el mayor aporte de este Gobierno no se encuentra ni en la observancia de los fundamentos económicos ni en la inversión social. Radica en la cuestión fiscal, en reducir la evasión y la elusión. Cobrar impuestos a los que más ganan, sean personas o empresas, era un tema tabú, desde la Independencia misma.

Los Gobiernos conservadores preferían endeudar al país, mientras que los populistas optaban por la emisión directa de circulante, pero ninguno asumía el costo político de cobrar impuestos a las élites económicas. La 4T sí lo ha hecho, y esto la distingue de todos los demás.

Por supuesto que no estamos en el paraíso, y los problemas de inseguridad, salud y educación siguen como asignaturas pendientes. Pero de que habrá refrendo de la 4T en las urnas, ni duda cabe.

 

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