Faro Internacional – La izquierda en América Latina hoy y mañana

Uno de los temas que requiere ser parte de manera permanente de la agenda regional latinoamericana de los gobiernos y las fuerzas progresistas es, sin duda, el presente y el futuro de la izquierda ante los retos actuales, tal y como se abordó en el foro virtual “Los retos del postneoliberalismo” llevado a cabo recientemente entre varios expresidentes y dirigentes de la izquierda latinoamericana, a raíz de los dos primeros años de gobierno del presidente López Obrador.

Una izquierda entendida como un grupo de ideas y de prácticas que se orientan a la promoción del bienestar social, de la democracia, del Estado de derecho, de las libertades fundamentales y de un sistema económico en donde el Estado no deje a su suerte a la mayoría de la población, en términos de salud, educación, trabajo y de la riqueza producida por todas y todos. Es decir, una izquierda democrática, no dogmática.

Lo anterior parece sencillo, pero no lo es, sobre todo en una región tan diversa, política y socialmente, y tan desigual económicamente. Tampoco se puede obviar el factor geopolítico y la marcada influencia que ejercen los Estados Unidos de América en la región. Éstos y otros factores hacen que cada país en donde la izquierda ha gobernado o gobierna tenga sus propias experiencias, alcances y limitaciones en términos político-democráticos. Así, la variedad de casos de gobiernos de izquierda o de otras corrientes es la constante en nuestra región.

 

 

Lo anterior significa que en América Latina no es algo nuevo que existan olas de cambio político. La región ha atestiguado, durante el siglo XX y principios del XXI, derivas autoritarias y periodos de democratización, de una conversión masiva hacia el neoliberalismo, del arribo de la denominada “ola rosa” a partir del año 2000, del regreso al poder de gobiernos de derecha y, en estos últimos años, de una coexistencia tanto de gobiernos de izquierda, de centro y de derecha, como mixtos, es decir, de centro-izquierda o de centro-derecha, sin descartar las experiencias más radicales en ambos campos ideológicos.

En lo que se refiere concretamente a la izquierda en América Latina, no existe una línea homogénea desde México hasta Argentina, a propósito de este clivaje político. Si hay algo que distingue a esta corriente ideológica no sólo en nuestra región, sino en otras, como Europa, es la heterogeneidad de proyectos y de prácticas políticas. En este sentido, podemos constatar que la noción de izquierda en Latinoamérica abarca “una gran diversidad de inspiraciones ideológicas y de experiencias (…)” [1].

En efecto, el pluralismo de experiencias de izquierda en nuestra región se deriva de proyectos diferenciados de alternancia política que constituyen respuestas a los retos considerados como prioritarios en cada país. Así, en México, el combate a la corrupción y a la inseguridad o la promoción de la salud son cuestiones de primer orden para el gobierno del presidente López Obrador.

En otros países, como Argentina o Bolivia, las prioridades varían. Una de las prioridades del gobierno del presidente Alberto Fernández es la reestructuración de la deuda con acreedores internacionales. Para Bolivia y su nuevo presidente Luis Arce, la estabilidad política es uno de sus retos principales, sobre todo después de haber tenido lugar en ese país, hace poco más de un año, un golpe de Estado que casi termina con la vida del entonces mandatario Evo Morales.

No obstante lo anterior, también existen convergencias para los gobiernos latinoamericanos de izquierda, como en materia de salud y recuperación económica, particularmente en un contexto de pandemia.

De hecho, en el pasado también existieron convergencias no menos importantes para varios gobiernos de izquierda surgidos a partir de finales de la década de los noventa: Venezuela, con Hugo Chávez, en 1998, y a partir del año 2000: Brasil, con Lula da Silva y Dilma Rousseff; Ecuador, con Rafael Correa; Uruguay, con Tabaré Vázquez y José Mujica; Bolivia, con Evo Morales; Chile, con Michelle Bachelet; Paraguay, con Fernando Lugo; Perú, con Ollanta Humala; Argentina, con Alberto Fernández, y México, con Andrés Manuel López Obrador, los cuales han rechazado o denunciado el Consenso de Washington, el neoliberalismo, la falta de democracia, la desigualdad social, la corrupción, el intervencionismo, el colonialismo, entre otros asuntos.

En algunos casos, la izquierda ha tenido acentos verdaderamente revolucionarios, como en Venezuela, Bolivia o Ecuador, sobre todo a través de una enorme voluntad popular de transformación social y de la búsqueda de una verdadera independencia vis a vis de los Estados Unidos de América, es decir, de una gran reivindicación antimperialista.

En otros casos, la izquierda ha sido menos radical (en México, Brasil, Chile, Argentina y Uruguay) por razones endógenas y exógenas. Entre las primeras encontramos instituciones más asentadas y consolidadas, un Estado de derecho más establecido, mayor pluralidad política, alternancia política periódica, más protección y promoción de las libertades y los derechos fundamentales, y economías abiertas o muy abiertas y, por ende, interconectadas entre sí o con las de otros países.

 

 

El caso de Uruguay merece una perspectiva particular, pues recordemos que el Frente Amplio (FA), una coalición de izquierda, gobernó desde 2005 hasta 2020, perdiendo la presidencia de la República por un estrecho porcentaje de votación, pero conservando su capital Montevideo, la cual gobierna desde 1990. Así, el FA obtuvo en la elección presidencial el 47,5 por ciento de los votos, mientras que el Partido Nacional (centro-derecha) alcanzó el 48,7 por ciento de los mismos.

Entre los logros del FA destacan la legalización de la marihuana, el derecho a decidir sobre la interrupción del embarazo, el matrimonio igualitario y también políticas sociales como la mejora de salarios y jubilaciones, baja de la pobreza y periodos de crecimiento del PIB de casi un 8 por ciento[2].

Por lo que hace a las razones exógenas, la izquierda latinoamericana moderada ha tenido que lidiar y equilibrar sus acciones con la globalización económica, el peso militar, económico y político de los Estados Unidos, China, la Unión Europea y Rusia, así como los tratados de libre comercio, los cuales representan para algunos países prácticamente unas segundas constituciones muy difíciles de reformar.

Si bien naciones como México, Chile, Argentina, Brasil o Uruguay no han desestimado o no desestiman la participación económica privada a través, por ejemplo, de estos acuerdos comerciales, ello tiene que ver con el hecho de que no tienen una visión dogmática de la economía, de la necesidad de inversiones y mercados para sus productos, de creación de empleo, crecimiento, inserción en la globalización, etcétera.

A ello hay que agregar razones que tienen relación con los márgenes de acción geopolítica y geoeconómica de cada país que no se pueden obviar, por ejemplo, la vecindad con Estados Unidos, en el caso de México, de un modelo neoliberal importado, impuesto o implementado en gobiernos anteriores (México, Chile, Brasil Argentina) sin verdadera competencia y con contratos leoninos establecidos en el pasado, de una dependencia económica importante con respecto al exterior (particularmente México, Chile y Uruguay), el tamaño de su economía en el mundo y la región, entre otras.

Lo anterior, sin hacer a un lado el hecho de que, en algunos casos, las izquierdas latinoamericanas han abordado de manera discutible, a lo largo de estos veintidós años (1998-2020) de ejercicio del poder, ciertos retos del desarrollo. Aquí se puede mencionar la petrolización de la economía y el extractivismo frenético en Venezuela; el proceso de sojización de la Argentina con la consiguiente concentración de tierras para el cultivo de soya, la desertificación, la deforestación y la tendencia al monocultivo; la consolidación del imperio de Monsanto[3] (empresa multinacional estadounidense de transgénicos, la cual cuenta con numerosas denuncias sobre los perjuicios para la salud y las consecuencias negativas para el medio ambiente que conlleva la modificación genética de los alimentos) en Brasil durante los gobiernos progresistas; el neoextractivismo[4] en Brasil y Bolivia o la violencia contra civiles en Nicaragua. Muchas de estas acciones de la izquierda latinoamericana merecen, sin duda, autocrítica y, en su caso, rectificación.

Y si bien ha habido acciones y decisiones discutibles o incluso actos censurables por parte de las izquierdas latinoamericanas, lo cierto es que también éstas han sido objeto de ofensivas sistemáticas por parte factores de poder específicos, como los medios de comunicación (México), de las oligarquías nacionales (Ecuador, Bolivia, México, Brasil), de guerra jurídica o lawfare[5] (Ecuador y Bolivia), de golpes de Estado parlamentarios (Paraguay, 2008; Honduras, 2009; Brasil, 2016) y militares (Bolivia, 2019), de maniobras o intervencionismos subrepticios estadounidenses (Bolivia, Venezuela) y de bloqueos económicos (Venezuela, Nicaragua y Cuba), entre otros.

Ante este panorama, las izquierdas latinoamericanas requieren de unión, ideas, talento, autocrítica, discusión, creatividad y renovación ante los desafíos que plantea el siglo XXI para nuestra región.

En primer sitio, es necesario reconocer y analizar las diversas manifestaciones sociales que se suceden en América Latina y que reclaman una verdadera democratización y representatividad del sistema político. Las izquierdas, se encuentren o no gobernando, deben ofrecer respuestas y propuestas concretas a los movimientos sociales actuales, los cuales incorporan diversos reclamos, por ejemplo, lucha contra la desigualdad, concentración de la riqueza, autoritarismo, corrupción, acceso, promoción o fortalecimiento de la justicia social, de la salud, de la educación, de la vivienda, etcétera.

A estos movimientos se agrega el elemento de participación masiva de las y los jóvenes alentando y organizando tales protestas. Tal es el caso de Colombia, con el movimiento Paro Nacional[6] de 2019, y de Ecuador, con las protestas masivas frente a la eliminación del subsidio a los combustibles por parte del gobierno en ese mismo 2019. En ambos casos, la ciudadanía de entre 18 y 30 años tuvo un papel relevante para lograr cambios trascendentales. Cabe destacar que en Ecuador esta movilización se acompañó de las herramientas y los códigos de comunicación habituales entre la juventud, como la utilización de las redes sociales.

En Chile la situación no fue tan distinta. Allí, muchas y muchos jóvenes afirmaron que no entendían por qué las cosas se protegen tal y como están. Ello a raíz de la subida del precio del boleto del metro en 2019 por parte del gobierno, lo cual desató protestas masivas en Santiago y en otras ciudades importantes del país. Sin embargo, vale la pena señalar que ese aumento fue la gota que derramó el vaso, ante tantos años de política neoliberal en aquella nación.

Gran cantidad de estudiantes de Derecho se organizaron para asistir a manifestantes que eran víctimas de violencia, detenciones o abusos policiales. Asimismo, las y los jóvenes asistieron masivamente a votar en el plebiscito en el que casi el 80 por ciento de la ciudadanía chilena aprobó sustituir la Constitución neoliberal y autoritaria de 1980, erigida en la época de Augusto Pinochet[7], por una nueva.

 

 

 

En Perú, las movilizaciones sociales masivas comenzaron cuando el entonces presidente Vizcarra fue destituido por el Parlamento de ese país debido a presuntos hechos de corrupción. Muchas y muchos peruanos piensan que, aunque el expresidente Martín Vizcarra debe ser investigado y eventualmente sancionado, también debió haber concluido su mandato hasta julio de 2021. Una de las reivindicaciones de estas manifestaciones ha sido la independencia de los poderes, es decir, la lucha contra el control del Congreso por parte de fuerzas políticas, como el fujimorismo, que no son bien percibidas por una gran parte de la ciudadanía.

En este caso, la juventud peruana se ha movilizado masivamente, porque simplemente no tiene miedo de ser reprimida por el poder político, como sí lo tuvieron muchas de las generaciones anteriores, varias de ellas acusadas de manera injusta de formar parte de Sendero Luminoso. Las manifestaciones en Perú también fueron impulsadas en las redes sociales y alimentadas por las demandas de estas y estos jóvenes[8].

Asimismo, la juventud peruana involucrada en estos movimientos cuidó de las personas manifestantes no sólo con brigadas sanitarias (personal médico, de enfermería y estudiantes de medicina), sino también con las coordinaciones entre profesionales de la abogacía, para acudir a las comisarías a buscar a las y los desaparecidos y ayudar a quienes estuvieran en detención[9].

En segundo lugar, tenemos el desafío de la renovación de la política y de la clase política. Aquí, uno de los ejemplos más elocuentes en este sentido es el que está dando Brasil a raíz de sus elecciones municipales del 29 de noviembre de este año. Para el Partido de los Trabajadores (PT), este escrutinio no fue el mejor. De acuerdo con el mapa electoral nacional de alcaldías, el PT sólo gobernará para el 2,6 por ciento[10] de la población, además de que se quedó sin ninguna capital importante.

Pero no sólo eso, también hay que destacar la irrupción de una nueva izquierda que, de acuerdo con algunos medios de comunicación brasileños, es “más juvenil, no tan burocratizada y que ha sabido comunicarse de forma más directa, natural y eficaz con la población”[11].

Esta nueva izquierda es encabezada también por nuevos y jóvenes liderazgos políticos. El Partido Socialismo y Libertad, formación surgida en 2004 como escisión del PT, propuso a Guilherme Boulos (30 años) como candidato a la alcaldía de Sao Paulo, en donde hizo historia al pasar a la segunda vuelta, compitiendo con el alcalde centrista Bruno Covas. A pesar de que Boulos no consiguió la victoria (obteniendo el 40 por ciento de los votos), emocionó y movilizó de manera masiva a la gente, además de que cosechó el apoyo de muchas personas jóvenes que no se sintieron representadas por el PT, cuya base ha pedido reiteradamente su modernización. En este contexto, Boulos se convirtió en la principal referencia de una izquierda que hace muchos años no voltea a ver al campo petista para encontrar un líder.

Otra líder novedosa en las mismas elecciones municipales fue Manuela d’Ávila (39 años), del partido Comunista de Brasil, que se situó en la segunda vuelta electoral para la alcaldía de la ciudad de Porto Alegre, perdiendo con el 45 por ciento[12] de los votos. A pesar de ello, tuvo un alto índice de aceptación entre la juventud y las mujeres, por su vocación feminista y defender a las minorías.

En tercer sitio se encuentra el desafío de los gobiernos de izquierda para ser o seguir siendo éticos y tener congruencia política en el marco de su línea ideológica.

Respecto a la ética, la izquierda debe, por un lado, guiarse por principios e ideales, no por puestos o por ambiciones personales o materiales. Asimismo, se requiere seguir dejando de lado las tentaciones y los fenómenos perversos que rodean a la izquierda, así como persistir en el combate en contra de las derivas de los sistemas económicos y sociales injustos. En efecto, la lucha contra la corrupción, el influyentismo, la personalización del poder, el culto a la personalidad, la discrecionalidad, la opacidad, la poca o nula rendición de cuentas, la concentración de la riqueza, la desigualdad, el nepotismo, la impunidad, entre otros, son derivas que no deben fomentarse, reproducirse o dejar de combatirse dentro de nuestras izquierdas.

Por lo que se refiere a la congruencia política, las izquierdas latinoamericanas, incluyendo sus dirigentes, no deben enviar dobles mensajes a la ciudadanía. Se requiere gobernar con el ejemplo. En México, el presidente López Obrador ha señalado reiteradamente que no puede haber gobierno rico con pueblo pobre. La austeridad republicana aplicada a los aparatos gubernamentales es una manifestación de congruencia política y una alternativa que puede y debe ser discutida y explorada a nivel regional para generar ahorros que permitan, en un contexto de crisis sanitaria o de recesión económica, destinar y repartir la riqueza de manera igualitaria y equitativa, en particular a quienes más lo necesitan.

Las izquierdas latinoamericanas debemos ser capaces de reinventarnos, renovarnos y modernizarnos, siempre con el acompañamiento del pueblo, único depositario de la soberanía. La burocratización, el corporativismo, las luchas fratricidas, las divisiones, la pérdida, el caudillismo, el desdibujamiento de la identidad política de nuestras organizaciones políticas o partidistas para, por ejemplo, captar el mayor número de electores o subordinarse a modelos económicos neoliberales son derivas que nos deslegitiman, nos debilitan, nos restan credibilidad o nos vuelven arcaicas.

El reto no sólo es pervivir, sino adaptarse con creatividad, con talento, con democracia, con ideas, con participación, pero, sobre todo, con verdadera convicción y representatividad de la ciudadanía que cree en la izquierda como una fuerza política para transformar el estado de cosas y mejorar sus vidas.

 

Fuentes

ricardomonreala@yahoo.com.mx

Twitter y Facebook: @RicardoMonrealA

[1] Olivier. D. (2012). La gauche en Amérique latine. SciencesPo. Les Presses. P. 14.

[2] BBC News. (29 de noviembre de 2019). Elecciones en Uruguay: 3 claves que explican la derrota del izquierdista Frente Amplio tras 15 años en el poder. BBC. 8 de diciembre de 2020. https://bbc.in/37KGaBV

[3] Franck G. (13 de octubre de 2020). Amérique latine : les gauches dans l’impasse ?. Commission pour l’abolition des dettes illégitimes. 7 de diciembre de 2020. https://bit.ly/3gowkJz

[4] “(…) el neoextractivismo reproduce los cimientos básicos bajo los cuales funciona el extractivismo clásico o colonial, la diferencia fundamental estaría en la presencia del Estado. (…) no hay esa fe ciega en que los mecanismos de mercado vayan a ser capaces de generar, por sí solos, efectos positivos hacia el conjunto de la economía, y a la vez, contribuir al desarrollo económico de los países. Así, la acción del Estado estaría plenamente justificada”. Luis Hernando, P. (Julio-diciembre 2014). Revista de la Facultad de Ciencias Económicas y Administrativas. Universidad de Nariño. 7 de diciembre de 2020. P. 17. https://bit.ly/39PEAkI

[5] “La expresión se trata de una contracción gramatical de law (ley) y warfare (guerra), que refiere a una “guerra judicial” o “guerra jurídica”. La expresión se suele acuñar para señalar que el Poder Judicial es utilizado como un actor partidario, para desprestigiar la carrera política de un opositor o trabar una política pública, entre muchos otros casos (…). Lawfare significaría entonces la utilización de la ley y de los procedimientos jurídicos como arma de guerra: Elegido un sector, por ejemplo, político, como enemigo, la ley y los procedimientos judiciales son utilizados por los agentes públicos como una forma de perseguir a aquellos que fueron estigmatizados como enemigos. Infobae. (3 de diciembre de 2019). Qué es el lawfare: el significado del término que usó Cristina Kirchner. Infobae. https://bit.ly/2LeK2TV

[6] “En 2019, el denominado Comité Nacional de Paro convocó una protesta para el jueves 21 de noviembre, con el objetivo de exigirle al gobierno el respeto por el derecho a la vida, el cumplimiento de los acuerdos de paz firmados con la extinta guerrilla de las Farc y, sobre todo, en contra del rechazo a lo que se llamó el paquetazo de Duque y la OCDE, que incluía, según los convocantes, una reforma laboral, pensional y tributaria, las tres nocivas para la población colombiana”. Vanguardia. (19 de noviembre de 2019). Se cumple un año del paro nacional del 21N. Vanguardia. 7 de diciembre de 2020. https://bit.ly/37Iu1gK

[7] Musuk, N. (28 de noviembre de 2020). Los jóvenes en América Latina alzan la voz. El País. 7 de diciembre de 2020. https://bit.ly/3qvBwA6

[8] Agencia AP. (13 de noviembre de 2020). Los jóvenes protagonizan las actuales protestas en Perú. AP. 7 de noviembre de 2020. https://bit.ly/3os1UJe

[9] Omar, C. (17 de noviembre de 2020). Perú: cómo cayó un proyecto autoritario en 6 días. CIPER. 7 de diciembre de 2020. https://bit.ly/2JVSs1Y

[10] Esther, S. (1 de diciembre de 2020). El mapa político en Brasil se reconfigura. Política Exterior. 7 de diciembre de 2020. https://bit.ly/3lRqG3T

[11] Idem.

[12] Idem.